miércoles, 24 de febrero de 2016

¿ TENEMOS DEMOCRACIA DE VERDAD ?


El otro día estaba yo intentando explicarle a un amigo, que en mi opinión ahora mismo y ante el terremoto que se ha producido en España a raíz de la última elección presidencial, me parecía que la ciudadanía española era más plural y más madura que la catalana.

A lo cual mi amigo catalán y nacionalista, me espeto que de esto nada, que en España, la cosa seguía estancada y que no le parecía que hubiese ningún cambio sustancial. Él como otros muchos aquí en Cataluña, se empeñan en seguir viendo una España rancia, semi fascista, donde los votantes del PP son franquistas reconvertidos a duras penas en pseudo-democratas y los socialistas son unos españoles nacionalistas rancios, pero no franquistas.

Yo le replique que sin embargo estaba observando, que así como en España seguía habiendo una izquierda muy activa y con sus bases muy inclinadas hacia un socialismo puro, donde además hay una ala muy republicana y muy en contra de la monarquía por ejemplo. Sin embargo había podido observar que en Cataluña, la izquierda incluso más radical, estaba pactando con la derecha más rancia y autoritaria representada por el clan Puyol, Mas, todo en aras de un supuesto bien superior, como es la aspiración a convertirse en una nación catalana independiente.

Para resumir yo veo una España donde empieza a asomar aunque débil y aun tenue, una cierta pluralidad real de opiniones y por lo tanto de opciones democráticas distintas. Donde además las posturas son de verdad muy puras y en el caso de PODEMOS, están incluso dispuestos a romper la cohesión de España, anteponiendo el deseo y el bien estar de los ciudadanos a cualquier causa superior nacional, según su criterio, que no comparto, pero admiro la valentía de la propuesta.

Sin embargo observo preocupado, como aquí en Cataluña, donde según el establishment intelectual catalán, tenemos la sana costumbre de la democracia muy asumida y sabemos pactar y discutir en paz. Observo como distintas sensibilidades políticas en aras de un supuesto bien superior, traicionan a sus ideologías y a sus votantes con un ejercicio nada democrático y decisiones unilaterales, se pacta con el mismísimo diablo con tal de conseguir este supuesto bien, incluso jugando con el pan del sufrido ciudadano medio, que ve como al político catalán, le importa un bledo que los hospitales vayan cada vez peor y que el servicio público en general sea un desastre. Todo por la patria una grande y libre de Cataluña. En fin un despropósito.

Aparte de esta breve reflexión y como colofón a la misma, me gustaría colgar una excelente reflexión, escrita hoy en el periódico versión digital de “el país” por el SR José Álvarez Junco.

Me parece que resume muy bien lo que realmente sucede en este país, incluido por supuesto, país vasco, Cataluña y Galicia, que se creen distintos, pero que son hijos, nietos y sobrinos del resto de España e igual de bisoños y aprendices en esto de la democracia.

 

 Allá por febrero de 2011, creímos ingenuamente que la democracia estaba a punto de florecer en el mundo árabe. Cayeron Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia y empezaron las rebeliones en Yemen y Siria. El mundo árabe despertaba, al fin. Todos deseábamos que aquellos festivos ocupantes de plazas céntricas triunfaran; queríamos ver expulsados, encarcelados o incluso algo peor a aquellos criminales chulescos tantas veces fotografiados cargados de oropeles. Arrancando la costra de las dictaduras, aparecería en aquellos sufridos países la sonrosada carne de la democracia.

Han pasado cinco años. Solo sobrevive una democracia, y frágil, en Túnez. En Egipto ha vuelto la dictadura militar, ahora bajo otro espadón. Salvajes atentados periódicos ahuyentan en ambos países el turismo, fuente esencial de sus divisas. Y en Libia y Siria siguen dos terribles guerras civiles para las que no se vislumbra final.

Y es que la democracia no es una planta que crezca de manera espontánea. Al revés, es antinatural, pues está pensada para desviar y reprimir la innata tendencia humana a imponer por la fuerza nuestra voluntad a los demás. La democracia hay que aprenderla, y no como una lección teórica, sino en la práctica. Requiere siglos.

Hasta aquí, es posible que el lector esté de acuerdo conmigo. Pero ahora llega el escándalo, porque estoy pensando en España. Y oigo alzarse protestas ¿no estará usted comparándonos con esos “moros”?

Pues exagero un poco, porque aquí la democracia está estabilizada, pero es de mala calidad. Y tampoco se implantó con facilidad. Si contamos desde la primera revolución liberal, durante la guerra napoleónica, hasta la Transición posfranquista, ha habido media docena de constituciones, varias dictaduras y guerras civiles, un sinnúmero de pronunciamientos, a lo largo de —se dice pronto— 170 años. Los últimos cuarenta, bajo una dictadura francamente —nunca mejor dicho— despiadada. La gente aprendió a obedecer, sí, pero solo porque quien se desmandaba sentía el látigo en su espalda, no porque interiorizaran que convivir exige normas.

Un cambio político profundo se debe apoyar en una base cultural construida previamente


Y el látigo, de repente, desapareció. Llegó la democracia, esta vez sin grandes traumas. Pero se entendió el término en un sentido demasiado estrecho: elecciones cada cuatro años que decidían el próximo Gobierno. No había que esforzarse más. Era, incluso, divertido, como apostar en las carreras de caballos, ver a los políticos esforzarse por atraer votos y adivinar quién ganaría la próxima competición. Nos creímos, así, europeos, demócratas, sin nada que envidiar a nadie. Que no hubiera auténtica división de poderes, que el respeto a las libertades de los otros a veces fuera escaso o que la conversión de terrenos rústicos en urbanos enriqueciera siempre al cuñado del alcalde, eran peccata minuta.

Con la democracia había llegado, además, la abundancia. Venía, en realidad, de los sesenta, aunque duela reconocerle méritos al antiguo régimen. Pero, tras la crisis del petróleo, volvimos a crecer casi al 5% anual. Éramos la octava economía del mundo, las empresas españolas se expandían por Iberoamérica, íbamos a alcanzar a los italianos, pronto competiríamos con británicos y franceses... Si es que somos muy buenos, solo hacía falta dejarnos actuar. Y el 92 celebramos pomposamente la puesta de largo de la España moderna.

Pero no se pasa del hambre y la dictadura a la opulencia y la democracia así como así. Un cambio auténtico exige pedagogía. Se dice que una vez le espetó Joaquín Costa a Giner de los Ríos su célebre diagnóstico “necesitamos un hombre” y que don Francisco le replicó: “lo que necesitamos es un pueblo”. Tenía razón. Él había visto demasiados cambios repentinos, de esos en los que una multitud entusiasmada arranca la lápida de la plaza real para llamarla plaza de la libertad o de la Constitución y se va a casa tan ancha. Y sabía que un cambio político auténtico, profundo, de los que no admiten marcha atrás, se debe apoyar en una base cultural construida previamente. Es cierto que en el antifranquismo clandestino se creó una cierta cultura democrática, pero cargada de rasgos jacobinos e intolerantes. Nos seguía fascinando el castrismo, seamos sinceros. Y, a la vez, nos creíamos de repente como los ingleses, que han aprendido la convivencia en libertad, con muchos traspiés y rectificaciones, a lo largo de siglos.

Aunque estas cosas se absorben mejor en la familia y en el trato diario que en la escuela, una función pedagógico-política de este tipo podía haber cumplido la denostada Educación para la Ciudadanía. Pero aquella asignatura se enfocó por otros derroteros más sofisticados, provocadores frente a la moral católica tradicional, olvidando lo que aquí hace falta: enseñar a practicar la libertad de manera responsable, a respetar y escuchar al discrepante. Exactamente lo contrario de lo que vemos hoy en los debates televisados, donde todos gritan a la vez intentando imponerse.

El pueblo está confundido y ha encontrado el chivo expiatorio en los políticos, que “roban mucho”


Ahora, el pueblo, la gente, el electorado, está confundido, decepcionado, furioso. Y ha encontrado el chivo expiatorio en los políticos, que son deshonestos, que “roban mucho”. ¿Por qué no pensar en quienes les hemos votado, incluso después de surgir los primeros indicios de corrupción? ¿No serán un reflejo de nuestra sociedad, donde evadir impuestos es un arte muy admirado? No pongamos nuestras esperanzas en la aparición de un líder fuerte y honrado. Toda democracia que no se asiente sobre una ciudadanía educada y consciente de sus derechos será de mala calidad.

La democracia española no ha volcado suficientes esfuerzos en la modernización radical de nuestro sistema educativo, que sigue siendo anticuado, memorista y, encima, desnortado hoy, porque no puede ser ya autoritario. Los profesores que enseñan, fundamentalmente, a pensar, son minoría. En cuanto a la investigación, la formación de élites científicas, los Gobiernos han demostrado sobradamente que podemos prescindir de ella, lo que nos condena a seguir siendo un país de albañiles y camareros. Y el electorado, que se indigna cuando el equipo español no llega a la fase final de un campeonato mundial de fútbol, acepta con normalidad que ninguna universidad española figure entre las 150 mejores del mundo, o solo tengamos dos premios Nobel en ciencias duras en toda la historia de este galardón.

No es que educación e investigación sean suficientes. Como explica Carlos Sebastián, en un libro luminoso (España estancada, Galaxia, 2016), más grave es la debilidad institucional, o la forma en que se ejerce el poder, la invasión de las instituciones por los partidos políticos, el clientelismo o el exceso, inestabilidad e incumplimiento de normas y regulaciones. Nuestra democracia solo será fuerte y auténtica cuando eliminemos estos rasgos. Y esto no lo hará un dirigente o partido redentor, sino una sociedad fuerte y consciente de sus derechos.

José Álvarez Junco es historiador.

Un saludo, hasta la próxima.

 

 

3 comentarios:

  1. Muy interesante,se puede sacar mucho jugo tanto de tu articulo como del articulo adjunto
    Saludos

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  2. Me gustan mucho sus artículos - al menos, los tres posteriores y este -, y comparto casi completamente las opiniones reflejadas. Por desgracia, la división artificial y violenta resulta adecuada para que medre la élite oligárquica, así que se fomenta. Y en eso estamos.
    Le sugeriría entrar a comentar en Politikon, una web que trata de temas como los que usted refleja.

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  3. Gracias querido lector, así lo hare, pasare por allí a ver que tal.
    un saludo.

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